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Articulos 1 : Des- amor en los tiempos de Tinder

Foto del escritor: La KioskeraLa Kioskera

Mi primer beso fue a los 17 años (incluye la pregunta básica y esencial ¿Quieres estar

conmigo?, primera relación sexual, apodos cursis, salidas y paseos con la familia,

planes y proyectos a futuro). Hago un recuento de estos sucesos, porque todo lo que

se le pareciera antes de los 17 no eran más que acercamientos y testeos de lo que

sería embargarme en una relación sentimental. Jamás antes había establecido

vínculos de este tipo, de los que se prolongan por años, en mi caso, dos.

Venía de un pasado sentimental bastante cochambroso, jugueteos primariosos,

tocamientos, primeros besos, la botella borracha, Messenger, la factoría, reik,

indirectas (en su mayoría de despecho) para algún amor no fecundado o alguna figura

masculina (puberto) idealizada por mí, por ese anhelo de llegar a conversar con él, o

tenerlo dentro de mis contactos de hi5.

A 19 años, al terminar con Jorge, inconclusa, quizá decepcionada, y gobernada

también, por mi afán de experimentar todo lo que no había hecho antes (y lo que no

tuve con él) me embarque en una exploración de mi sexualidad.

La pregunta era, cómo una chica inexperta, ingenua, con problemas de autoestima e

inseguridades, poco sociable (grupo social limitado a dos amigas del colegio y tres

amigos de la universidad) un tanto bajoneada por haber concluido una relación

alegando motivos de incompatibilidad, de creencias, costumbres y religión, ¿Cómo yo

podía salir al mundo y conseguir toda esa experiencia de una? La respuesta no tardó

en llegar, Tinder. Con la ayuda -claro- de mi mejor amigo, un pseudo galán

(pendejirillo) de no más de 1,67 cm.

Tinder es una aplicación de citas, donde se establecen criterios de selección de edad,

carrera o profesión, rangos de distancia e interés sexual. También puedes vincular tu

cuenta de Instagram y Spotify, incrementa tus posibilidades de conseguir matches.

Mientras más verídica luzca tu cuenta, los demás usuarios querrán tener una cita

contigo. Las malas lenguas me avisaban que de romántica la aplicación no tenía nada,

que era solo un canal para agilizar procesos de apareamiento, y a mí, eso me

bastaba. Mi objetivo principal era conocer al mayor número de personas en un corto

tiempo. Lo que fuera a suceder después era mi decisión.

Emprendí mi labor, sin conocer mucho el mercado. Subí cuatro fotos de perfil, dos de

mi rostro, dos de cuerpo entero, en casi todas salgo con un polo de una banda de rock

y con el pelo rojo.

Allá por el 2017, tenía una mirada más ingenua e inocentona. Pensé que sería un

buen perfil para cualquier ávido muchachito que quisiera pretenderme. Por allí alguno

me dijo que mis fotos dejaban un velo de misterio sobre mi personalidad. (Quizá solo

fue un comentario para coquetearme).

Con el perfil hecho, lo siguiente fue buscar a mi macho alfa, dominante, semental,

mayor que yo, sin mucha descripción en su perfil. Alguno que llamara mi atención, por

su mirada misteriosa, o sus abdominales. Nunca lo tuve definido. Era bastante

sencillo usar la aplicación. Mi rango era de 22 a 27 años de edad. No tardé en

conseguir matches (algoritmos alineados cuando dos personas se gustan), super likes

(te permiten hacerle saber a la persona que te gusta, sin que él/ella te haya dado

match).

Puedo decir que mis decisiones fotográficas fueron certeras y no falle. Todos eran

chicos que vivían en los distritos aledaños al mío. Mi inbox empezó a llenarse.

Respondí algunos mensajes, con la timidez y curiosidad propia de mi inexperiencia.

Pacté citas con un par de chicos. Había leído que Tinder escondía muchos peligros,

que lo ideal, era citarse en lugares públicos y enviar la ubicación a quien tuviera

conocimiento de la cita.


Recuerdo citarme con un tal Tomasen Plaza San Miguel. Paseamos por la pileta que

está al frente de Saga Falabell, me compró papitas Lays y una gaseosa Concordia.

Nos recostamos al borde de la pileta y conversamos de nuestras interesantes vidas.!Si

lo pienso ahora, tenía una vida bastante simple. Él cursaba el cuarto ciclo de la carrera

de Negocios internacionales, y yo, el quinto ciclo de Comunicaciones. Hablamos de

temas banales, si tenía gatos, o le gustaba el pollo frito, o al horno. Después de tres

horas de cita, nos despedimos y me fui a casa, sana y salva. Ese día, se configuraron

varios aspectos de mi personalidad, me volví mucho más social y experimentada.

Mi primera gran experiencia, y también gran decepción amorosa, la que ocasionó un

giro de 180° a la vida conservadora que llevaba, fue Adrián. Una de las tantas citas

que tuve en Plaza San Miguel, esta en especial, encaja en lo que comúnmente llaman

“amor a primera vista”. Al verlo llegar en cámara lenta, bajo el sol de verano, su piel

blanca y cabellos castaños, me enamoré perdidamente. Tan nerviosa y tan torpe, sin

poder pronunciar palabra alguna al verlo. Me dio un beso en la mejilla y se sentó a mi

lado. Fue el, quien llevó el control de la situación, yo estaba perdida en happyland y

tenía el coro de reik en la cabeza – Porque te vi venir y no dude, te vi llegar y te

abrasé- con las pupilas seguramente dilatadas y un charco de baba a mi lado.

Adrián tenía 22 años, estaba en el último año de la carrera de Marketing, era cinéfilo y

melómano, tenía inclinaciones relacionadas al arte. Un baúl lleno de información que

desconocía. Era todo lo que buscaba en un chico (en ese entonces). Tonteamos un

poco en la plaza y llegamos al parque que está a la espalda de Cineplanet.

Conversamos sobre nuestras comidas favoritas, minutos después la conversación

sobre comidas fue el impulso para ir hacia algún restaurante cercano. Abordamos su

auto y llegamos a Mister Sushi. Nos sentamos en una mesa de dos asientos, frente a

frente (lo cual incrementó mi vergüenza en un 200%). Pidió una tabla de 25 makis y

refrescos para los dos (no tenía idea de cuánto dinero debía dar y si es que lo debía

hacer). Al cabo de 10 minutos, llegaron los makis, conversamos un poco, me dijo que

habían mejores lugares para comer makis, que el prefería la salsa dulce en lugar de la

salada, yo solo escuchaba. En un momento, me levante de mi asiento y fui al baño, al

entrar, inmediatamente le escribí a mi mejor amigo:

- Me caso creo. Estamos comiendo makis. Si no respondo luego, send help.

Para cuando regrese del baño, el mozo había recogido los servicios de la mesa y

Adrián estaba de pie, me bordeo la cintura y ambos salimos del lugar. Subí al auto y

tome el asiento de copiloto, nos quedamos en silencio.

Me pregunta ¿Te puedo dar un beso?

Yo no supe responder, voltee la cara y me besó.

Para mi sorpresa, sus ágiles manos surcaron la parte superior de mi cuerpo, y me

alejé.

Me vuelve a preguntar: ¿estás bien?

Respondo: sí, con una mirada inexpresiva, asustada porque después de Jorge nadie

me había tocado de forma sexual.

Él insiste una vez más y dice: ¿vamos a un lugar más privado, un hotel quizá?

Respondí casi por impulso: sí.

Los minutos siguientes fueron en silencio, atónita porque no sabía lo que hacía, con

una mezcla de emociones que no había experimentado antes. Tenía miedo, pero más

que miedo, la incertidumbre avistaba por todos lados. Adrián se estacionó en un grifo.

Me pidió que me quedara dentro, que él compraría las cosas. No tardó en llegar luego

con un vino, cigarros y una cajita cuadrada que se traslucía dentro de la bolsa.

Entró al auto y encendió el motor. Cruzamos toda la avenida marina y aparcamos en

un hotel, bajamos del auto y subimos las escaleras hasta la ventanilla que daba a la

entrada. Sacó la billetera y pagó un cuarto matrimonial. Recogió las llaves y tomó mi

mano. Entramos a la habitación, me recosté en la cama y sugerí abrir el vino. Él entró

al baño. Aproveché su ausencia para servirme tres vasos seguidos de vino. (No había

copas, se perdió la elegancia). No tenía idea de qué estaba haciendo, ni con quién.

Solo quería embriagarme lo suficiente para perder la vergüenza.


Adrián se acercó a mí y me besó. Le correspondí cada una de las cosas que él me

propuso. Aprendí muchas cosas nuevas aquella noche, y sin tener muchas

concepciones claras en mi vida, había dado pasos agigantados acostándome con él.

De él no supe nada hasta una semana después, porque lo volví a buscar. Tuvimos

una corta aventura de verano, en la que me enamoré perdidamente de él. Presa de mi

ingenuidad y con la esperanza de que dejara a su novia de cinco años, y que en esos

lapsos donde peleaban (ahora lo dudo, asumo le era infiel) nos viéramos, lo poco que

podía tener de él, lo aceptaba. Con el paso de los meses, teniendo en claro que lo

nuestro jamás se formalizaría, porque no éramos nada más que fuckbuddies decidí

seguir saliendo con más personas, fragmentarme para olvidarlo, o sustituir aquella

aventura fugaz con otra. Aventuras tuve, pero no conseguí superarlo, sino después de

un año, cambie de número y el desapareció. Me alejé de una historia que me dejó

inconclusa (una vez más), pero con ganas de aprender mucho más.

Nunca creí que una aplicación podía reconfigurar todos mis discursos, darme una

perspectiva completamente distinta a una realidad que asimilé por mis padres. Con

una simple descarga tuve un abanico de ofertas, sin el mayor esfuerzo que deslizar

mis dedos para conseguir matches. Fuera de resoluciones superfluas, fuera de los

encuentros esporádicos que podía obtener de una aplicación de citas, entendí que

estas surgen por la necesidad de personas como yo, que buscan relaciones

pasajeras, y superar algún ex seguramente. En resumidas cuentas, sexo casual.

Hace falta vislumbrar, que bajo un gran pretexto, existe un gran por qué, la búsqueda

de intimidad que responde a la necesidad del ser humano de pulular la especie,

añadiéndole matices románticos que forman parte del lado subjetivo del ser humano.

Conforman en su totalidad, una mezcla de intenciones ocultas y proposiciones directas

que nos demuestra algunos aspectos interesantes de nuestra naturaleza. El ser

humano como ser social, pero a su vez, un ser egoísta en búsqueda de sus propios

intereses, que busca vincularse, pero también recluirse, alejarse o gestionar sus

propias emociones para tener relaciones sin compromisos, sin apegos. Pero

irónicamente esto no funciona, al poco tiempo de la frecuentación no tarda en imponer

su naturaleza. La territorialidad, posesión, celos, co-dependencia, lo que llaman

enamorarse, que es una idea completamente ajena al amor; un estado pasivo que

permite el alejamiento del ser amado y asegura la estabilidad emocional de ambos a

pesar de no estar juntos. Una sensación de calma por tiempo indefinido.

Dejé de usar Tinder al cabo de año y medio. Obtuve toda la experiencia que buscaba

(buenas y malas). Nunca fui una persona social por iniciativa propia, la idea era ir

contra mi personalidad, carácter y de-construirme. Quise conocerme a través de los

demás, idea a la que siempre le he sido fiel. Entendí que uno puede buscar

respuestas en otros, porque el accionar diario y todo lo que configura las relaciones

interpersonales del ser humano son proyecciones nuestras, de nuestros demonios y

ángeles. Me des-enamore, tome partes propias del enamoramiento y manipules

muchas varias para mi beneficio. Siempre he preferido mantenerme en un estado

intermitente de enamoramiento, no solo por parejas sentimentales, sino como un

estado en mi vida, me permite fluir con todo y todos. Nunca está demás un ticket de

bus o avión, para perderte tantas veces como puedas encontrarte, vivir.

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